No entiendo ni J
Muchos de nosotros hemos oído y seguramente pronunciado, la frase: “No entiendo ni J”. Remite al hecho de no saber acerca de un tema en particular. El ¿por qué? de la letra “J” tiene su correlato en el origen hebreo, donde aparece por primera vez. Esa letra fue tomada más tarde por el alfabeto griego, denominada “iota”. Se trataba de una letra que era muy sencilla de escribir, porque se representaba con un simple palito, sin el punto que hoy le agregamos encima. No saber escribirla era un dato que descubría ignorancia por parte de una persona, donde se asumía que si un individuo no sabía garabatear eso, no sabía nada. Así comenzó a formarse la frase.
En los días que corren del verano y de alguna manera, de forma histórica en nuestro país, es difícil comprender algunas cosas. Hay temas en agenda que nos ocupan la mirada desde hace décadas y son recurrentes en la memoria de todos, por ejemplo la palabra “inflación”. En el diccionario de la Real Academia Española el significado remite que es la “acción y efecto de inflar”. Pero si la palabra la trasladamos a la economía, “la inflación es el aumento generalizado y sostenido del nivel de precios existentes en el mercado durante un período de tiempo, cuando el nivel general de precios aumenta”.
Hay unas pastillas que son frutadas, muy ricas, que vienen en tamaño regular, masticables, con sabores varios, frutilla, naranja, uva, se pueden comprar en paquetes individuales, que están según el gusto que uno quiere adquirir, o también de forma variada, es decir que en el mismo envoltorio están todos los colores de frutas posibles. Se vende en los kioscos de golosinas. ¿El precio? Bueno, el precio puede tener algunas variaciones. Las pastillas, que pueden ser prescindibles, que no revisten importancia alguna al momento de evaluar una canasta básica de alimentos, ocupan ahora un llamado de atención en la observación. Están insertas dentro del mercado, que tiene la posibilidad de ser libre y regular la economía, porque en teoría, el mercado en un país, lleva adelante la oferta y la demanda de productos y servicios, así de esa forma se determinan los precios.
La ciudad de La Plata está llena de lugares donde las pastillas se venden, pero ¿el precio? Es aquí donde reside el primer sentir de la frase: “no entiendo ni J”. En un Kiosco de calle 6, entre 53 y 54, el paquete de pastillas cuesta $ 42,50. En el Kiosco de diagonal 79, entre 6 y 5 las mismas pastillas cuestan $ 45,00. En la estación de servicios de Avenida 7 y 66, las pastillas cuestan $ 54,80. En el Kiosco de 6 entre 48 y 49, $ 43,00, en otro, a solo pocos metros, en 6 entre 47 y 48 $ 32,00 y en el kiosco de Avenida 19, entre 39 y 40 $ 35,00. ¿Cuál es el precio real? Obviamente ha de ser el que yo elijo. ¿Cómo puede ser que un simple paquete de pastillas tenga tantas variaciones de precio? Claramente el hecho vislumbra todas las fallas posibles de un sistema. Es probable que los costos de producción tengan un aumento porque las materias primas también subieron los precios. Quizás lo sea la mano de obra o la aplicación de un impuesto lo que provoca que esas pastillas suba su precio. ¿Pero cómo es posible que tenga tantas conmutaciones, el mismo producto?
Quizás sea parte del fenómeno de “cobro lo que me parece” que puede trasladarse en todos los artículos. En el año 2014 una mermelada de durazno de marca reconocida costaba $ 17,49 y solo seis años después, la misma mermelada, cuesta $ 110,00. El principal efecto de la inflación en la economía de los hogares es la menor compra de productos, es el reflejo inmediato. También el hecho que los aumentos sean parte de un mecanismo naturalizado, porque se convive con el fenómeno que tiene replicas constante y sonantes en la línea de tiempo desde que uno puede recordar. Es parte de tener que comprar menos porque la cantidad de dinero de las personas hace inalcanzable a un producto. Además si alguien tuviera la remota posibilidad de guardar un peculio, dificulta intentar ahorrar en la moneda local, porque a cada segundo carece de valor. De hecho ahora con el mismo dinero, que en 2014 salía el frasco de dulce, ni siquiera se puede comprar el paquete de pastillas.
¿La inflación está bajando? No parece posible porque estamos inmersos bajo su flujo. Pero no debemos perder la esperanza. Quizás caminar en la búsqueda del mejor precio sea un camino, un aporte desde los ciudadanos. También lo serían las acciones concretas que bajen el gasto público, los anuncios creíbles. Incluso la acción de terminar con sueldos faraónicos en un país en emergencia. La inflación no es solamente el resultado de lo que puede ser un mal gobierno. Es parte esencial de todos, los especialistas e incluso de los que no entendemos ni J sobre economía, pero que sufrimos las consecuencias a diario. Indivisiblemente se hace una cadena de distorsiones que si no se corrigen de una vez por todas, será difícil reducir la pobreza, tratar de generar una verdadera inversión y ver a la economía saneada. También los que saben, dicen claramente, que una emisión monetaria para financiar el déficit fiscal nunca es una solución. Ese hecho ha sucedido serialmente en nuestro país. Es tiempo de dejar el ensayo error, porque hace demasiadas décadas que sufrimos las pésimas experiencias. Todos saben y tienen la receta magistral de lo que hay que hacer con la economía, pero luego en el timón, dejan de saberlo. Para terminar quiero contar que por supuesto el paquete de pastillas que compré fue el de $ 32. Ese el precio que elegí. Porque podemos no entender ni J del fenómeno de la inflación, pero no permitir que no roben es el principio de un cambio.
Licenciado Guillermo Cavia